viernes, mayo 14, 2004

En toda mi vida he ido 4 veces al circo. La primera, en la plaza de toros de Oviedo, antes de los Juegos Olímpicos de Seúl. La segunda, durante unos sanfermines, creo que el año de las Olimpiadas de Sydney. La tercera tuve la oportunidad de disfrutar del espectáculo Saltimbanco de El Circo del Sol, hace año y medio en Madrid. La última, hace quince días en Pamplona.

Con esta dilatada trayectoria circense que atesoro me atrevo a afirmar -con temor a equivocarme- que los circos tradicionales se están viendo arrastrados por el éxito de la compañía canadiense, lo que les lleva a imitarles en la medida de lo posible. Hace dos semanas vi números de acrobacia realmente sorprendentes, montajes de luces y sonido, nada de red, estética cuidada... y ni rastro de los tigres ni de los leones -aunque había muchos otros animales- ni de los motoristas suicidas.

Eso sí, eché de menos al negroquesetiradelavión; a Zamorate, el hombre dentro de una botella; y, sobre todo, al ligre: mitad león... mitad tigre.

No hay comentarios: