lunes, agosto 11, 2003

Este fin de semana lo he pasado en Vizcaya, o Bizkaia, como queráis. Larguísimas noches en las fiestas del Puerto Viejo, que es el puerto de Algorta, que es un barrio de Getxo; Getxo, en la margen derecha, a una pila de kilómetros de Bilbao, pero donde todos dicen que son de Bilbao.

Unas anécdotas que quizá os ayuden a imaginaros cómo fue el fin de semana.

Domingo, 9:45 de la mañana, estación de metro de Algorta después de haber desayunado un pincho de atún con mayonesa y otro de tortilla de patata con hongos por encima... impresionante este segundo pincho. Bueno, a lo que iba, estación de metro, sentados con una mujer de la limpieza del metro, simpatiquísima, alrededor de los 40 años, que también estaba esperando para ir a limpiar otra estación. Después de hablar del mar y los peces, la mujer me dice: "Pues no tienes nada de acento asturiano". Y le digo, "¿que no tengo...? Tengo muchísimo, y tal y cual...". Y me dice: "Que no, que yo he ido mucho por Galicia y ya se sabe, 'Gallegos y asturianos, primos hermanos'".
- Sí, pero los primos los gallegos.
- Ja, ja, no, no. No te metas con los gallegos.
- Pero, ¿tú eres vasca?
- Yo no soy vasca. Yo soy de Bilbao.
(Risas)
Entonces nos explica: "Mis padres son gallegos, pero yo nací aquí. No me siento vasca, sólo de Bilbao".

Otra.
Sábado noche. Tres de la mañana. Escaleras del Puerto Viejo, tomando una copa en la calle. Tres millones de personas en una cuesta la mitad de estrecha y corta que la mitad de Gascona. Sentados -mi amigo Mikel y yo, que el sábado salimos mano a mano, únicos supervivientes de la noche del viernes- dándoles la espalda a las tres que se creían más macizas del universo planetario. La más joven nos sacaría 7 años, mínimo. La más pálida estaba 8 veces más morena que yo. La que menos se había pintado había echo un máster en restauración. Vamos, que no valían nada pero estaban buenísimas, en dos palabras.

De repente, una cucaracha que parecía un toro negro zahíno comienza a subir por el inmaculado pantalón blanco de una de las tres divinas. Mikel, gran observador: "Cuidado, cuidado, tienes una cucaracha subiendo por el pantalón". Yo pegué un bote para atrás de tres metros, acojonado por el tamaño del mamífero y en previsión de que los nervios, gritos, etc. de la mujer tuvieran consecuencias funestas.

Pues la chavala, después de preguntar a Mikel que qué decía, se mira el pantalón, levanta con una tranquilidad pasmosa el otro pie enfundado en una preciosa sandalia que pesaría 0,2 gramos sin las piedritas brillantes que llevaba por encima, y le da un ligero toquecito a la cucaracha con el dedo gordo mientras dice, "bah, no pasa nada".

Cuando consigo recomponerme de mi estupor ante lo que veían mis ojos (y cuando me aseguro de que la cucaracha se había alejado) le digo a Mikel bien cerquita de la chica: "Hala chaval, recoge el bicho y vámonos. Otra vez que no nos sale el truco de la cucaracha". No estoy seguro, no lo estoy, pero creo que ella esbozó un cuarto de sonrisa durante una milésima de segundo. Sus dos amigas, totalmente ajenas al incidente, parecían aún mucho más duras, os lo prometo.

Tercera.
Domingo, 09:15 de la mañana. Comiéndonos el pincho de tortilla con hongos. Al lado, un maromo sin camiseta, armario empotrao que no sabíamos cómo había entrado por el ancho de la puerta. Pelo largo, barba y bigote tipo Coronel-Tapioca-vengo-de-cruzar-África-descalzo-estoy-así-de-cuadrao-porque-a-veces-tengo-que-cruzar-ríos-con-el-camión-al-hombro. Metía miedo, os lo prometo.

Pues de repente dice el tío no sé qué de "pues ése, que se haga una paja" o algo parecido. Ipso facto, se da la vuelta la camarera y sube el tono de voz para que la oiga todo el bar:

"Mira chaval, eres un cerdo. Y mis clientes, que vienen a desayunar tranquilamente vengan de fiesta o vayan a trabajar, no tienen por qué aguantar tus groserías. Así que ahora mismo coges y te vas, que eres un cerdo, que no sé cómo no te da vergüenza, bla, bla, bla....". La mayor bronca que había oído en mucho tiempo.

El aventurero trató de disculparse. Antes de que dijera la segunda palabra, ella de nuevo: "Pero vamos a ver, ¿no me has oído? Que te vayas, que salgas ahora mismo aquí". El armario empotrao agachó la cabeza, contrajo la espalda para poder salir por la puerta y se fue del bar como un flan.

En resumen: las vizcaínas, guapísimas, majísimas, simpatiquísimas... no me vaya a oír alguna.

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