martes, diciembre 14, 2004

ELLA Y EL

El interpreta el papel masculino. Ella interpreta el papel femenino. El interpreta el papel masculino porque ella interpreta el papel femenino. Ella interpreta el papel femenino porque él interpreta el papel masculino. El interpreta el tipo de hombre que ella cree que el tipo de mujer que ella interpreta tendría que admirar. Ella interpreta el tipo de mujer que él cree que el tipo de hombre que él interpreta tendría que desear. Si él no interpretara un papel masculino, podría perfectamente ser más femenino que ella – excepto cuando ella hace un papel muy femenino. Si ella no interpretara un papel femenino, podría perfectamente ser más masculina que él – excepto cuando él hace un papel muy masculino. Así que él interpreta con más tenacidad. Y ella interpreta… con más suavidad. El quiere asegurarse de que ella nunca podrá ser más masculina que él. Ella quiere asegurarse de que él nunca podrá ser más femenino que ella. Por lo tanto él trata de destruir la feminidad que hay en sí mismo. Por lo tanto ella trata de destruir la masculinidad que hay en si misma. Se supone que ella lo admira por la masculinidad que él tiene, y que ella teme en si misma. Se supone que él la desea por la feminidad que ella tiene, y que él desprecia en si mismo. El la desea por la feminidad que ella muestra, que es su misma feminidad de él, pero que él nunca se siente autorizado a mostrar. Ella lo admira por la masculinidad que él muestra, que es su misma masculinidad de ella, pero que ella nunca se siente autorizada a mostrar. Como la feminidad que él posee sólo puede amarla en ella, envidia la feminidad de ella. Como la masculinidad que ella posee sólo puede amarla en él, envidia la masculinidad de él.

La envidia envenena el amor que ellos sentían.

El, codiciando la inalcanzable feminidad de ella, decide castigarla. Ella, codiciando la inalcanzable masculinidad de él, decide castigarlo. El calumnia la feminidad de ella - que se supone que él desea y que en realidad envidia – y se vuelve más agresivamente masculino. Ella finge disgusto ante la masculinidad de él – que se supone que ella desea y que en realidad envidia – y se vuelve quisquillosamente femenina. El se va convirtiendo menos y menos en lo que quería ser. Pero ahora él es más hombre que nunca, y ella más mujer que nunca. La feminidad de ella, cada vez más dependiente e indolente, se vuelve repudiable. La masculinidad de él, cada vez más opresiva y dominante, se vuelve intolerable. Al final ella aborrece eso en lo que se ha convertido la masculinidad de él, a lo cual ella ha contribuido. Al final él aborrece eso en lo que se ha convertido la feminidad de ella, a lo cual él ha contribuido.

Hasta aquí todo muy simétrico. Pero nos hemos dejado una cosa.

El mundo pertenece a eso en lo que se ha convertido la masculinidad de él.

La recompensa por eso en lo que se ha convertido la masculinidad de él es el poder. La recompensa por eso en lo que se ha convertido la feminidad de ella es, solamente, la seguridad que el poder de él puede otorgarla. Si él tuviera que rendirse a eso en lo que se ha convertido la feminidad de ella, se rendiría a una repudiable incompetencia. Si ella tuviera que adquirir eso en lo que se ha convertido la masculinidad de él, participaría en intolerables exigencias. Ella se marchita bajo la trivialidad de su propia feminidad. Y el mundo gime bajo los terrores de la masculinidad de él.

El interpreta el papel masculino. Ella interpreta el papel femenino.
¿Cómo se sale de aquí?

(Theodore y Betty Roszak)

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